Es tarde. Intento volver a casa y tomo un camino que no conozco. Un pequeño sendero que une las fábricas y la ciudad, atajando por el bosque.
Comienzo apenas a entrever la naturaleza cuando, de golpe, cae la noche. Me sumerjo en la negrura y el silencio. A pesar de ello no tengo miedo.
Me quedo dormida, unos minutos como mucho y, cuando me despierto, el sol está ahí y el bosque brilla con una luz resplandeciente.
Reconozco este bosque. No se trata de un bosque cualquiera, se trata de un bosque de recuerdos. Mis recuerdos.
Esta cascada blanca y ruidosa, mi adolescencia. Estos grandes árboles, los hombres que he amado. Aquel ave que vuela a lo lejos, mi padre desaparecido.
Los recuerdos ya no son recuerdos. Están ahí vivos, cerca de mí, bailando, abrazándome, cantando y sonriéndome. Observo mis manos, acaricio mi rostro.
Tengo 20 años y amo como jamás he amado.